Busco la manera de expresarme, espero que esto sirva. Encuentro mi lugar en el mundo con el simple hecho de abrir un libro.


16 de abril de 2013

CUENTO SOBRE LA DICTADURA




Malena se levantó y como todos los días se miró al espejo, pensando qué hacer. Hacía ya treinta y siete años que no sabía qué hacer, y sin embargo, seguía viviendo, sin saber cómo, pero sí por qué.
Se puso su típica blusa roja de los martes, sus jeans oscuros, sus únicos zapatos sin plataforma y su delantal inmaculadamente blanco, tomó su cartera pesada, llena de pruebas corregidas y salió de la casa rumbo al trabajo.

Ya no pensaba en lo que hacía, simplemente lo hacía desde ese domingo 4 de abril, cuando el destino se había ensañado y la había condenado a una soledad profunda y a una búsqueda constante. Desgarraron su alma en el mismo instante en que se la llevaron de su lado. Y las miles de preguntas sin respuesta la despertaban día a día y la impulsaban a seguir.
El día en que esa beba recién nacida, con pelo negro y rizado, de tez blanca inmaculada, como ese delantal que ella años después se acostumbró a ponerse, y unos ojos azules, le fue arrebatada, todo se detuvo en su vida, que con la llegada de Valentina había parecido cobrar sentido nuevamente.
En ese desesperado intento de seguir viviendo, ya sin lágrimas por derramar, esos ojos azules que horadaban su mente, y el recuerdo de sus vivencias estando detenida, fueron el motor para que estudiara. Qué hacer con tanto amor desesperado sino darlo a otros. Fue así que llegó a ser maestra.

Ese martes, como tantos otros llegó al colegio, se paró en la puerta, respiró profunda y lentamente, y entró.
Sabía que era martes, y que le tocaba recibir a los alumnos de todo el colegio, no solo de segundo grado, del cual estaba a cargo.
Ella no disfrutaba de esa labor, en cada carita recién amanecida buscaba esos ojos azules y esa sonrisa primera, ya crecida y nueva, sin resultado alguno más que atormentar su mente. El imaginar una vida que no había podido compartir porque le había sido arrancada, sin explicaciones, sin remordimientos, sin porqués, surgía como torbellino en cada mañana de martes al recibir a todos los chicos de la escuela.

Al sonar el timbre que daba comienzo al recreo, Malena seguía con el mismo pensamiento de siempre, seguir buscando a esa beba que le había sido quitada esa mañana de 1976. Siempre recordaba lo mismo, estar corrigiendo un examen terrible, de un nene que no había podido hacer bien ninguna de las cuentas de matemática, y de golpe gritos, el llanto de Valentina y el horror.

Se recordaba corriendo hacia la habitación donde dormía la beba, sin poder llegar a su destino, detenida en medio del camino por un uniformado que la arrastraba hacia afuera de su casa. Recordaba ver a Valentina rodeada de hombres, que mientras la arrancaban de su hogar la arrullaban para que dejase de llorar. Y mientras el llanto de la nena cesaba, el de Malena se acrecentaba, se sumaba a gritos incontenibles, balbuceos incoherentes, insultos, ruegos, y de nuevo llanto, mientras ellos ya no estaban al alcance de su vista, mientras ella se encontraba dentro de un vehículo yendo hacia quién sabe dónde, lejos de su hija.

Su vida había sido de pérdidas y dolor, desde muy pequeña. Malena no tenía familiares; su padre había sido un alcohólico que las abandonó a ella y a su madre cuando tenía sólo 2 años, y su madre había muerto en un accidente automovilístico cuando ella estaba embarazada de Valentina. En cuanto al padre de la niña, esa era una historia aparte; de política, búsqueda de libertad y una muerte inesperada a finales de 1975. 
Entonces, sólo quedaba Malena, con sus discos de tango y  bolero que llenaban los espacios vacíos de su vida, y le proporcionaban una compañía.

Iba camino a su casa, mientras recordaba la búsqueda exhaustiva que había iniciado desde aquel trágico domingo. Recordaba las dos semanas que había pasado detenida, en donde había sido golpeada, humillada y acusada de "atentar contra la patria". Todo para que luego los militares la liberaran y justificaran la atrocidad de sus actos alegando que había sido un error, que se habían equivocado, que ella no era la persona que buscaban. 
Sin embargo, Malena nunca había vuelto a saber de su hija, completamente ajena a la situación del país en el cual le había tocado nacer, sin tener idea de quién había sido su padre, sin saber que él, por defender sus ideales, la había condenado a estar separada de su familia, y se había condenado a sí mismo. Malena ignoraba lo que ocurría en Argentina en ese entonces tanto como ignoraba las actividades de su marido; sólo sabía que había fallecido bajo "causas sospechosas" hacía menos de seis meses, pero el saber que iba a nacer Valentina había sido su cable a tierra, su esperanza, su fe. Nunca había imaginado cómo el destino iba a abrirle los ojos.

Mientras tomaba mate y se refugiaba en una tenue música, Malena repasaba una y otra vez los hechos, los movimientos a los que se había sumado, la cantidad de veces que había encontrado a su hija en la cara inocente de algún alumno, las veces que se había preguntado si su hija seguiría viva, si sería feliz, si le habría faltado amor, si habría tenido hijos, si ella tendría nietos, miles de preguntas, sin respuesta.
Su vida había quedado detenida desde ese domingo de 1976, no se había casado de nuevo, ni tenido hijos, ni siquiera amigos; sólo dedicaba su vida a su trabajo, y a seguir buscando a Valentina. Era como si su alma se hubiera elevado de su cuerpo, y estuviera dondequiera que estuviese ella, y sólo su cuerpo completara la rutina, día tras día, semana tras semana, año tras año.

Con el paso de los años nada había cambiado, era una maestra jubilada, que participaba de dos entidades que luchaban por recuperar a sus hijos y nietos, las Abuelas y las Madres de Plaza de Mayo, siempre a disposición del prójimo, siempre con la esperanza de cruzarse con esos ojos azules, de abrazarla y decirle cuánto la había extrañado, cuánto la había buscado, aún con la incertidumbre de no saber si Valentina estaría al tanto de que había sido robada, de que la familia que ella poseía no era la suya, que su única familiar era su madre, y que la había buscado toda su vida.

Con esa incertidumbre en la mirada, la sonrisa de su hija en el corazón y con el alma lejos de su cuerpo, Malena encontró el final de su vida. Con su último aliento, logró vislumbrar, al fin, junto a ella, dos ojos azules, un pelo negro y rizado y una tez blanca inmaculada, y abandonando finalmente este mundo exclamó -"Valentina, viniste"-.

4 comentarios:

  1. Me dejo sin palabras este cuento, tiene algo que hace que uno termine sumergido en la trama.

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  2. Muy lindo de leer, con todo el horror que encierra,irremediablemente te transporta a un tiempo sombrío, gracias por el cuento

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  3. Trabajé con tu cuento en un colegio y a mis alumnas le llegó profundamente

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